La Aventura del Vino en América

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Cuando las primeras parras de vides de origen indo europeo fueron plantadas en tierras americanas, hace más de quinientos años, nadie imaginaba que con el paso del tiempo tres países de nuestro continente, Estados Unidos, Argentina y Chile, habrían de convertirse en los mayores productores de vino a nivel mundial, sólo después de Italia, Francia y España. Hoy en día, casi un millón de hectáreas plantadas de vid corresponden al inmenso océano verde que cubre los apacibles valles vinícolas de los estados de Washington y Oregon, en el norte. Hacia abajo, las imponentes extensiones agrícolas de Napa y Sonoma en California, a lo largo de la costa occidental norteamericana. En el extremo sur de nuestro hemisferio y custodiados por la formidable muralla de piedra, hielo y agua que es la cordillera de los Andes, el enorme vergel en que se ha convertido el desierto de Mendoza frente a la cara oriental de las montañas y, del lado del mar Pacífico, en las estribaciones occidentales del macizo montañoso, los inabarcables valles del Maule, de Colchagua, del Elqui, Maipo y Aconcagua, por nombrar los más conocidos. El llamado Nuevo Mundo se nutre de la industria y del ingenio de quienes llevan en la sangre el mensaje ancestral del vino y que, por mil y un razones, han debido emigrar desde sus lugares de origen para crear sus propias historias. México por otro lado, enfrenta un par de complicaciones. Por una parte las regiones de producción vinícola son, ciertamente, limitadas. La amplitud térmica y las condiciones físicas del terruño en general se cumplen en zonas muy específicas, sobre todo en el norte de nuestro país, como sucede en Baja California, Coahuila o Chihuahua. Por otra, nuestro patrón genealógico comenzó circulando derroteros muy distintos a los de nuestros vecinos continentales. Criollos y mestizos originales emprenden en la Nueva España un sinnúmero de actividades dentro de las cuales la vinícola nunca fue una prioridad. No hay más que desempolvar el ajetreado libro de nuestra historia para recordar que no es, sino hasta mediados del siglo XX, cuando empieza a tomar forma la industria del vino en México. Los avances tecnológicos han permitido la consolidación de las principales regiones y el surgimiento de otras nuevas como es el caso del Bajío. También los cambios en los hábitos alimenticios de nuestra sociedad han contribuido a elevar los niveles de consumo. El potencial de la industria vinícola mexicana, con sus inevitables obstáculos, es todavía muy grande. El momento de apostar a su favor ha llegado.

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